Columna de Rodrigo Cabrillana: Riffs eternos y Ozzy Osbourne
La despedida de Ozzy Osbourne fue un espectáculo monumental, una última comunión con sus seguidores y con la historia misma del rock. Un adiós que cerró un ciclo vibrante y lleno de energía, dejando una huella imborrable.

La despedida de Ozzy Osbourne no pudo ser más esplendorosa, incluso en su partida. Bien pensada, monumental, legendaria; como si el destino reservara sus mejores recodos para aquellos destinados a trascender.
Porque tras el multitudinario y memorable concierto del pasado 5 de julio en Birmingham —donde Ozzy se despidió de los escenarios vitoreado por miles de seguidores, junto a Black Sabbath y toda una generación que creció con su leyenda—, probablemente ya lo había hecho todo en vida. Sólo quedaba poner el punto final con el cuerpo aun latiendo.
Tal como lo hizo David Bowie con su magistral Blackstar, ese adiós envuelto en arte, donde le dijo al mundo que ya estaba listo para volar más allá de las estrellas.
El nacimiento de una sombra sonora
Pero la historia comienza mucho antes. Cuando a fines de 1969, un grupo de agitados muchachos con intereses en el rock decidió llamar a su banda “sábado negro” o Black Sabbath, inspirados por el título de una película de terror protagonizada por Boris Karloff que se proyectaba frente a su sala de ensayo.
Empujados por esa estética, comenzaron a practicar un sonido más duro que el tradicional: guitarras más fuertes, distorsionadas, líricas sombrías. Nacía lo que hoy conocemos como heavy metal, ese sonido grueso y penetrante que cambiaría para siempre la historia del rock.
Los primeros rugidos del infierno
Firmaron con una discográfica, lanzaron su álbum debut y homónimo en febrero de 1970, y en octubre del mismo año publicaron “Paranoid”, el disco que los catapultó a los primeros lugares de los rankings británicos.
Ese álbum contiene canciones emblemáticas como “Iron Man”, la misma “Paranoid” —compuesta casi de forma improvisada en el estudio— y, por supuesto, “War Pigs”, un himno antibélico dedicado a los líderes que lucraban con las guerras.
Lo que siguió fue una seguidilla de discos y giras que consagraron a Black Sabbath como una de las bandas más legendarias de la época. Con su quinto álbum, “Sabbath Bloody Sabbath”, incluso comenzaron a recibir elogios de la crítica especializada.
Sin embargo, la personalidad de Ozzy empezaba a aflorar con más fuerza, transformándose en una presencia tan carismática como difícil. Entre la bebida y las drogas, se le atribuyen múltiples anécdotas delirantes: como la vez que metió un tiburón en su habitación de hotel, lo descuartizó y lo dejó todo cubierto de sangre, simplemente porque estaba aburrido.
El “Príncipe de las Tinieblas” renace solo
Los excesos terminaron con su expulsión de la banda a fines de los ’70, justo cuando preparaban un nuevo disco. Se sintió traicionado, pero encontró en Sharon Arden —quien luego sería su esposa— el impulso para construir una carrera solista monumental.
Nacía así el “Príncipe de las Tinieblas”, una figura que no sólo alcanzó el éxito sin la vieja guardia de Sabbath, sino que se transformó en ícono del metal por derecho propio.
Como toda leyenda urbana, Ozzy fue acumulando historias increíbles: desde arrancarle la cabeza a un murciélago en pleno escenario (y tener que ser vacunado contra la rabia), hasta lanzar un televisor por la ventana de un hotel en Praga, casi matando a un hombre.
También están los desafíos absurdos de consumo de cocaína, y aquella vez en que hizo alucinar durante tres días a un vicario tras darle pastel con hachís sin avisar. Episodios frenéticos que se volvieron mitología pura del rock.
Chile también gritó con Ozzy
En 1995 Ozzy visitó por primera vez Chile, en un concierto multitudinario en el Teatro Monumental (hoy Caupolicán) de Santiago, donde junto a Faith No More y Paradise Lost cerraron una noche histórica que congregó a miles de seguidores entregados al rock más estridente.
Volvería en 2008, 2011 y 2018 en plan solista, y en 2013 y 2016 con la gira de reunión de Black Sabbath.
De hecho, la primera visita de Black Sabbath con Ozzy a Santiago en 2013 estuvo cargada de estridencia y expectativas. El Estadio Monumental se llenó hasta las banderas y la banda abrió su concierto con una estrépita versión de “War Pigs”, acompañada de una sirena bulliciosa que incitaba al tumulto antibélico.
Ozzy Osbourne, enérgico, saltaba como un enajenado exorcizando todos sus demonios mientras era deshechizado por cada riff que salía de la guitarra de Tony Iommi.
El concierto recorrió 16 canciones en casi dos horas de show, repasando el legado de la banda ante un público extasiado. Y, cómo no, el cierre fue con una interpretación extensa de “Paranoid”, ese himno eterno que siempre parece sonar como si fuera la última vez.
Back to the Beginning: el adiós definitivo
Por lo mismo, cuando Ozzy se plantaba por última vez en el escenario del Estadio Villa Park, en el concierto Back to the Beginning, fue la oportunidad de disfrutar su última entrega, su última comunión con el público.
Y lo hizo a su manera: de pie, desafiante, con esa voz que aún arrastra décadas de gloria, excesos y oscuridad.
El eco que nunca se apaga
El ritual se cerró como siempre lo hicieron: con una interpretación descomunal de “Paranoid”, estirada como si el tiempo pudiera detenerse un poco más. Como si nadie quisiera que terminara. Ahí estaba Ozzy, con Birmingham rugiendo a sus pies, saludando como un profeta que vuelve al origen sólo para decir adiós.
Porque cuando una leyenda cierra la puerta en vida, no es el fin: es el eco que queda vibrando para siempre en la historia del rock.