Columna de René Canales: ¿Todo depende de ti…?

La narrativa del mérito absoluto puede reforzar una ilusión peligrosa: que el éxito depende únicamente de uno mismo. En realidad, está profundamente mediado por redes de apoyo, privilegios heredados y barreras estructurales.

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Por El Ágora
Actualizado el 4 de septiembre de 2025 - 9:30 pm

El ex deportista Sammis Reyes, primer chileno en la NFL, vuelve a estar en el centro del debate sobre el éxito y el mérito. Esta vez el ex arquero selección chilena Claudio Bravo reflexionó sobre el caso y la manera de ensalzar el éxito individual en contextos deportivos. Bravo señaló que, en Chile, existe una “poca y pobre cultura de éxitos e ídolos deportivos”. Y que se tiende a posicionar rápidamente a alguien con logros que, para él, “no son de mayor connotación”.

Agregó que el esfuerzo real no se mide en la alta competencia deportiva, donde “el esfuerzo es algo natural muy fácil de llevar”, sino en las personas que enfrentan privaciones cotidianas: quienes pasan frío, no descansan, no pueden movilizarse fácilmente para trabajar o cuidar a sus hijos, y viven con un sueldo mínimo.

Recordemos que Reyes ya estuvo en medio de la polémica tras varias declaraciones en una entrevista para el canal Con Peras y Finanzas. Allí compartió su visión sobre las claves del éxito: trabajo duro, disciplina y responsabilidad individual para hacerse cargo del propio destino. Y que en definitiva si él pudo, todos pueden. Una interpretación del éxito que encaja perfectamente con el arquetipo del self-made man. Es decir, ese individuo que asciende desde la nada gracias exclusivamente a su voluntad y carácter.

Cuando se impide el ascenso

La reflexión de Bravo, en este sentido, da en el clavo al matizar la narrativa del self-made man y del mérito absoluto. El esfuerzo y el éxito no se distribuyen de manera equitativa, e idealizar logros individuales puede invisibilizar las desigualdades estructurales que enfrentan millones de personas. Así, la historia de Reyes ilustra tanto la inspiración personal como el riesgo de consolidar una visión incompleta de lo que significa realmente “triunfar” en un contexto social desigual.

La atención que generan estos episodios evidencia que el mito del self-made man sigue resonando en el imaginario social. Claro que cada vez más voces cuestionen su validez y sus efectos en la percepción del mérito y el éxito.

Casos como el de Reyes ejemplifican cómo la narrativa del mérito absoluto puede reforzar una ilusión peligrosa: que el éxito depende únicamente de uno mismo. En realidad, está profundamente mediado por redes de apoyo, privilegios heredados y barreras estructurales. Frente a esta evidencia, insistir en la visión del self-made man no sólo es ingenuo, sino también injusto y potencialmente riesgoso.

La crítica más común al mito del self-made man -y al discurso meritocrático que lo sustenta- es que invisibiliza las condiciones estructurales que permiten, limitan o directamente impiden el ascenso social.

El peso del origen

Ya en 1964, los sociólogos Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron, en “Los herederos”, advirtieron que el sistema educativo, lejos de ser un ecualizador de oportunidades, actúa como un sofisticado filtro que traduce desigualdades de origen en desigualdades de destino. Estudiantes provenientes de sectores privilegiados -quienes heredan capital cultural, hábitos lingüísticos y códigos valorados por la escuela- no sólo tienen mayores posibilidades de ingresar y mantenerse en el sistema, sino que lo hacen de forma casi invisible, como si el mérito fuera innato.

Por el contrario, quienes provienen de clases populares, enfrentan barreras más sutiles pero persistentes. Se autocensuran, se autolimitan o son descartados por un sistema que aparenta ser neutro, pero que en realidad está profundamente sesgado.

Chile es un ejemplo elocuente de que el mérito, por sí solo, no alcanza. En un estudio publicado por el National Bureau of Economic Research, el economista Seth Zimmerman reveló que en nuestro país alcanzar posiciones de liderazgo empresarial no depende únicamente de estudiar en universidades de élite. También -y especialmente- de haber asistido previamente a un puñado de colegios privados exclusivos.

Para quienes vienen de fuera de ese círculo, incluso con los mismos títulos, las probabilidades de llegar a altos cargos o al 0,1% más rico del país, se desploman. La élite chilena, concluye Zimmerman, funciona como una red cerrada que amplifica sus ventajas desde la adolescencia, invisibilizando el peso del origen.

Nada más que un mito

En ese contexto, la figura del self-made man no es solamente improbable: es injusta. Una exigencia moral vacía que culpa a los excluidos por su propia exclusión. En su ensayo “La tiranía del mérito”, el filósofo Michael Sandel retoma esta crítica y advierte que la promesa meritocrática tiene un efecto aún más corrosivo. Fractura el lazo social al convertir el éxito en un signo de virtud personal, y el fracaso, en una señal de culpa individual.

“Si realmente todo depende de ti, entonces, si no lo logras, también es tu culpa”, resume Sandel. Así, la meritocracia no sólo reproduce desigualdades: también humilla a quienes quedan atrás, erosionando la dignidad y la solidaridad.

El mito self-made man, lejos de ser un motor de esperanza, es un mecanismo de legitimación del privilegio y de castigo simbólico a la pobreza. El problema no es sólo que pocos logren salir “desde abajo”, sino que el sistema entero está diseñado para que esos pocos sirvan como excusa a la injusticia estructural. Tal vez el llamado debe ser dejar de idealizar la excepción y empezar a cuestionar la regla.

Idealizar al self-made man como modelo absoluto de éxito simplifica la realidad y oculta las barreras que enfrentan millones. El ascenso social y el éxito no dependen únicamente del mérito, sino también de la suerte, del contexto y de los privilegios heredados.

Discursos como el de Reyes refuerzan esa narrativa del esfuerzo individual absoluto, pero corren el riesgo de consolidar un mito que distorsiona la realidad.

Equidad, solidaridad y justicia

Jonathan Mijs, académico de Boston University, demostró que en las sociedades más desiguales -donde el mérito debería ser más cuestionado- más se cree en él. Y menos conciencia existe sobre las barreras estructurales. Esta paradoja contribuye a legitimar la desigualdad y a debilitar el respaldo ciudadano a las políticas necesarias para corregirla.

Por eso necesitamos ir más allá del relato personal. El último Reporte de la Riqueza Global revela que el 1,6% de la población concentra el 48,1% de la riqueza mundial. Por eso repensar nuestras instituciones, políticas y creencias se vuelve urgente.

Aspiremos a una sociedad que valore el mérito, pero también la justicia, la equidad y la solidaridad. Por lo tanto, dejemos atrás la trampa de la persona hecha a sí misma y avancemos hacia un verdadero bien común.

René Canales
Licenciado y estudiante de Magister en Sociología de la Universidad Católica.