Columna de Miguel Ángel San Martín: Aprender de la historia
Es urgente hacer desaparecer a aquellos locos que viven a caballo de la amenaza violenta y de la confrontación permanente, porque sólo les beneficia económicamente a ellos. La Humanidad debe recuperar la inteligencia para eliminar las armas nucleares.

El pasado miércoles 6 de agosto de 2025, se cumplieron 80 años del lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima. Tenía cuatro toneladas, tres metros de largo e iba cargada con 50 kilos de uranio enriquecido. Provocó la muerte inmediata de 70 mil personas y de otras 70 mil en los siguientes meses, producto de los daños causados por las quemaduras y por la exposición a la radiación.
Hiroshima tenía solamente 300 mil habitantes. De los 90 mil edificios que existían entonces, sólo quedaron en pie alrededor de 20 mil. El presidente de Estados Unidos, Harry Truman, fue ordenó el lanzamiento de la primera bomba atómica utilizada por el hombre con fines bélicos. La más mortífera y dramática de la Historia de la Humanidad.
Tres días después -9 de agosto- los estadounidenses dejaron caer una segunda bomba, esta vez de plutonio, aún más potente, a un costado de Nagasaki. Tenía en ese entonces alrededor de 400 mil habitantes. Provocó 40 mil muertes inmediatas y otras 30 mil hasta fines de año, por las secuelas de la radiación atómica.
Japón, a esa altura de la Segunda Guerra Mundial, había entrado en una espiral belicista descontrolada, al sentirse perjudicada por las consecuencias de la Primera Guerra Mundial. Entonces ocupó por la fuerza el sur de Indochina. Las represalias vinieron de inmediato y sufrió un bloqueo importante de suministros, entre ellos el petróleo.
Desproporcionada acción militar
Estados Unidos fue el responsable de que el bloqueo causara los efectos que ahogó la vida general en Japón. Entonces, le declaró la guerra a Estados Unidos. El 7 de diciembre de 1941, en una acción inexplicable y sin previo aviso, la Primera Flota japonesa lanzó un ataque total a Pearl Harbor.
Ese mismo año, el presidente Franklin Delano Roosevelt ordenó la realización de un proyecto secreto denominado “Proyecto Mahattan”. Los científicos Enrico Fermi y Leo Szilard descubrieron que el uranio podía convertirse en una potente fuente de energía. En conjunto con estudios de científicos canadienses y del Reino Unido, bajo la dirección de Robert Oppenheimer, se fabricó la bomba atómica utilizada en Hiroshima y Nagasaki.
Los devastadores resultados de las explosiones en aquellas ciudades provocaron que Japón claudicara de inmediato: firmó la rendición total el 2 de septiembre de 1945. Se había consumado el fin de la Segunda Guerra Mundial, mediante la desproporcionada acción militar, la más humillante para la Humanidad.
A pesar de tan desastrosa experiencia, hoy existen personajes que no dudan en amenazar con la utilización de armas nucleares para dirimir conflictos. Parece no importarles lo que pueda significar para la existencia de la vida humana en este planeta.
Lo bueno y lo malo
No es una exageración. Los expertos denuncian que existen actualmente más de 10 mil bombas con cabezas nucleares. Con un tercio de ellas se puede borrar la existencia humana del planeta. Las poseen nueve países: EEUU, Rusia, China, India, Corea del Norte, Reino Unido, Francia, Pakistán e Israel. Países que siguen perfeccionando el sistema nuclear de exterminio. Y, además, poniendo en manos de otras seis naciones estos artilugios a cambio de dinero.
Nuestro deseo formal, sencillo y humilde, es que prime el sentido común, la racionalidad y la inteligencia que se nos supone, para terminar con esta carrera armamentista. Estamos viviendo guerras absurdas, genocidios indecentes que avergüenzan a la especie humana.
Es urgente, en consecuencia, hacer desaparecer a aquellos locos que viven a caballo de la amenaza violenta y de la confrontación permanente, porque sólo les beneficia económicamente a ellos.
La Humanidad debe recuperar la inteligencia y el sentido común para eliminar tales armas mortíferas. Para volver a valorar la vida humana como lo más importante, y demostrar que la Historia nos enseña lo bueno y lo malo. Y que somos capaces de reconocerlo y aprenderlo.
Podemos crecer y avanzar si lo hacemos en un mundo en paz y sin condiciones.