Columna de Juan Luis Carter: Disonancia de instituciones del deporte mundial y los gobiernos
Mirar el presente desde el futuro es lo propio de la teoría prospectiva. En el caso del deporte global se presenta como un complejo tablero de ajedrez. Los tomadores de decisiones evalúan sus opciones buscando maximizar ganancias y evitar pérdidas de legitimidad, relevancia y control.

El contraste es evidente: por un lado, los ideales olímpicos de igualdad y fraternidad; por otro, una estructura de poder que consolida asimetrías. Para muchos países todo radica en la asistencia protocolaria a asambleas anuales, donde la capacidad de influencia real es mínima.
Esta columna busca examinar el estado actual del deporte, dominado por el Comité Olímpico Internacional (COI) y las federaciones internacionales, y proyectar su futuro en un contexto de crecientes tensiones geopolíticas y desigualdad estructural.
La fachada idealizada
Ante la mirada global, el deporte proyecta una imagen impecable que defiende los ideales clásicos de «mente sana en cuerpo sano».
La magnitud de los espectáculos, la tecnología de punta, las inversiones millonarias y las ganancias estratosféricas, sumado al poder de las redes sociales que construyen ídolos inmortales, crean la ilusión de un mundo perfecto para el público.
Esta narrativa de excelencia y perfección encubre las profundas contradicciones que atraviesan el sistema deportivo internacional. Mientras se celebra la grandiosidad del espectáculo, se ocultan las desigualdades estructurales y los intereses geopolíticos que realmente mueven los hilos del deporte global.
Conflictos del deporte global
El deporte contemporáneo navega por profundas contradicciones y crisis multifacéticas que amenazan su misma esencia. Lejos de ser un ámbito de pura competencia deportiva, se ha convertido en un reflejo amplificado de los conflictos sociales globales.
La violencia en los estadios alimentada por nacionalismos exacerbados y tensiones sociales sigue siendo una llaga abierta. Paralelamente, el negocio del deporte se ve sacudido por la creciente influencia de las apuestas, cuya presencia ubicua no sólo fomenta el juego entre jóvenes, sino que amenaza la integridad misma de la competencia al incrementar los incentivos para la manipulación de resultados.
A esto se suman debates éticos, como la inclusión de atletas transgénero. La falta de consenso científico y de regulaciones claras y universales crea un panorama desigual donde los atletas de diferentes países enfrentan estándares distintos según la disciplina y la jurisdicción, dejando a naciones más pequeñas a merced de lineamientos diseñados por potencias con realidades sociales diferentes.
Además, el modelo actual libra una dura batalla con los principios ecológicos y económicamente casi insostenible, para la mayoria de los miembros del deporte global. Los altos costos de organización de los grandes eventos, como los Juegos Olímpicos o los Mundiales de la FIFA, excluyen de facto a la mayoría de los países, al tiempo que generan deudas públicas monumentales para las sedes. Esta lógica extractivista choca frontalmente con las urgentes demandas de sostenibilidad del planeta.
El poder deportivo global
Aparte, la manipulación política es evidente. La exclusión de atletas rusos y bielorrusos tras la invasión a Ucrania, aunque puede considerarse legítima, confirmó que el deporte es un arma geopolítica. Su aplicación es electiva, un buen ejemplo es el conflicto árabe-israelí. ¿Por qué no ocurre lo mismo con todos países involucrados en conflictos armados? Es evidente que las sanciones se guían por alineamientos políticos y no por principios universales.
Frente a esta compleja realidad, la actitud de los gobiernos de cada país es, cuanto menos, ambivalente y a menudo de sumisión. Por un lado, proclaman su soberanía y neutralidad en los asuntos del movimiento olímpico; por otro, se someten, sin posibilidad de discusión real, a las decisiones de las entidades que dirigen el deporte global, como el COI o las Federaciones Internacionales.
La gobernanza del deporte contemporáneo recae en estas entidades, cuya operación se asemeja cada vez más a la de un directorio corporativo cerrado. Las decisiones tales como la asignación de eventos globales hasta la modificación de reglamento se concentran en un grupo reducido de actores. Los gobiernos, incluso aquellos con regímenes políticos fuertes y miradas políticas definidas, delegan en estas estructuras una autoridad que luego no pueden cuestionar.
Esta dualidad se hace evidente, mientras los estados condenan públicamente violaciones a los derechos humanos o invasiones militares, continúan financiando y avalando instituciones deportivas internacionales que guardan silencio cómplice frente a estos mismos crímenes. El caso del dopaje en Rusia demostró cómo las consideraciones geopolíticas y económicas de las grandes potencias priman sobre los principios éticos, recibiendo castigos simbólicos o extremadamente duros, mientras atletas de países pequeños enfrentan sanciones por infracciones menores sin contar con posibilidades de defensas organizadas ni eficientes.
Participación real
El tercer nivel de análisis, y el más crucial para muchas naciones, es el de la participación real en el destino del deporte global. Aquí, sin dudas influye el nivel de desarrollo social, económico, educacional y la capacidad de lobby.
Para las naciones periféricas, la participación en el escenario global es fundamentalmente desigual. La elección de sedes para megaeventos obedece a dinámicas donde priman el poder de mercado y las estrategias de imagen país de las potencias, no la rotación equitativa o el desarrollo deportivo global.
La posibilidad de tener representación real en los órganos de decisión es casi nula. La capacidad de lobby de las naciones ricas, respaldada por patrocinios multimillonarios y intereses mediáticos, asegura que su voz sea la única que resuene en los pasillos del poder deportivo. La voz de las naciones menores sólo es escuchada cuando coincide con los intereses de estos centros de poder, condenándolas a un papel de comparsa en las asambleas generales.
El desafío prospectivo es claro: transformar la aversión a la pérdida en una oportunidad para ganar un futuro más legítimo y sostenible. Sólo así el deporte podrá ser, ante todo, una expresión de dignidad humana y una oportunidad universal, y no simplemente otro instrumento que refleje y reproduzca las profundas desigualdades que dividen a nuestro mundo.