Columna de Ignacio Figueroa: Revolución y otras palabras innombrables

Lo que diga Jeanette Jara puede ser usado en su contra. Atacándola por una vocación disruptiva de lo aceptable, apoyando implícitamente a personajes que la critican por su falta de vocación revolucionaria. O aceptando una mirada que la indispone con grupos radicales.

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Por Ignacio Figueroa
Actualizado el 7 de agosto de 2025 - 9:14 pm

Jeannette Jara resolvió, por ahora, apelar al amor al pueblo y a la patria. Foto: ARCHIVO

En el enfrentamiento ideológico histórico que caracteriza la lucha entre izquierda y derecha, las palabras sirven como punta de lanza. Marcan el territorio y privan al contrincante de apoyos populares.

La destrucción de la izquierda revolucionaria fue a partir de la imposición del neoliberalismo en los años ’80. Y creó las condiciones para barrer con todo un vocabulario que había marcado a generaciones. Las palabras que caracterizaban a la izquierda ahora son anacronismos que los políticos, los medios y la academia vigilan para mantener en su defenestración.

A propósito del intercambio de mensajes entre Donald Trump y el vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso, Dmitri Medvedev, sobre la economía rusa e india, el presidente de EEUU se refirió a la importancia de las palabras en la retórica de las amenazas por ambos proferidas.

Trump dijo: “Las palabras son muy importantes y, a menudo, pueden tener consecuencias imprevistas. Espero que este no sea uno de esos casos”.

El mandatario estadounidense es uno de los líderes que mayor abuso hace de las palabras. Pero en su retórica amenazante, las palabras no tienen un sentido bidireccional. Es decir, él puede usar cierto léxico, pero sus contrincantes tienen que atenerse a las consecuencias de responder en términos semejantes. Tenemos un ejemplo claro de la hegemonía que busca mantener el poder por sobre quienes considera sometidos a su poder y voluntad.

Crítica destructiva

El uso semántico queda claro como una herramienta de la lucha de clases desde los poderosos hacia los subalternos. La revolución francesa, que dio pie al control político/económico de la burguesía, presenta un caso interesante, pues aquí el control queda abolido dándole a la palabra revolución una connotación positiva. Lo mismo se puede decir de las revoluciones de la independencia americana o las revoluciones de colores, donde no existen prohibiciones, sino que exaltación.

Si tomamos el caso de la revolución rusa de octubre, las consideraciones cambian radicalmente. Nos encontramos ante un tema que se vuelve tabú. O, si se considera, se usa para resaltar el carácter violento y autoritario que inició la creación de la Unión Soviética (URSS).

Podemos imaginar que, para el ruso común, la revolución de octubre de 1917 no tiene un carácter ominoso. Especialmente desde la guerra contra Ucrania y occidente, pues es la URSS la que ha permitido la supervivencia de Rusia. Altos cargos de la OTAN repiten que Rusia debe dividirse en al menos tres países.

Las palabras que definen a la izquierda histórica como burguesía, lucha de clases, revolución, proletariado, pueblo, justicia social, insurrección, fascista, colectivismo, etcétera, son escrupulosamente eliminadas de los medios y del vocabulario usado por el mainstream; de usarse, se hace con vocación de crítica destructiva.

En oposición, la derecha presenta sus armas semánticas. Golpe de Estado, mercado, globalización, la gente, gobernabilidad, libertad, orden, tradición, familia, empresa, propiedad privada, individualismo. Todos vocablos usados y estimulados por los medios corporativos y los representantes políticos del establishment, siempre en un sentido virtuoso de lo que debe ser.

Un léxico propio

La segmentación hegemónica semántica que ocurre en el liberalismo tiene su correlación en el sentido de poder vertical. Pero se logra aparentemente sin el uso de la violencia. O, más bien, con el uso de la violencia aceptada por la legitimación democrática, que permite que quienes usen el léxico de la izquierda revolucionaria, sea apartados o cancelados como elementos indeseables.

Presenciamos una depuración social y cultural fina de lo que George Orwell en su novela “1984” imaginó para sociedades totalitarias de corte comunista. Pero lograda con el refinamiento de la maquinaria de la superestructura que engloba a los medios corporativos de masas, la academia y las instituciones políticas.

De esta forma elaborada se elimina la posibilidad de organización popular, dejando a las personas atomizadas y logrando que lo factual se eternice como lo deseable. Los estallidos o explosiones sociales nacen entonces de la indignación popular ante la flagrante desigualdad, pero carecen de la posibilidad de organización política de masas capaz de convertirlos en revoluciones victoriosas.

Aparte, encontramos que el wokismo (en principio estimulado por las fuerzas fácticas como una forma de destruir los movimientos populares por la división de sus componentes), comienza a ser estigmatizado con los mismos procedimientos ya descritos.

Para la izquierda es entonces fundamental la creación de un léxico propio. Pero, primariamente, un hardware capaz de solventar y competir por la hegemonía cultural.

“La mano muerta”

Vemos estos mismos mecanismos aflorar en la contienda electoral presidencial en Chile. Se busca emplazar a la candidata Jeanette Jara. Debe definir su semántica entre lo que es aceptable, lo socialdemócrata, versus lo indeseable, lo revolucionario.

La candidata de la izquierda se halla en aguas turbulentas, pues lo que diga podrá ser usado en su contra. Sea atacándola por una vocación disruptiva de lo aceptable, apoyando implícitamente a personajes que la critican por su falta de vocación revolucionaria. O aceptando una mirada socialdemócrata que la indispone con los grupos de corte más radical.

Jara resolvió aceptablemente por ahora la contradicción, apelando al amor al pueblo y a la patria. Esto, en contraposición a la ultraderecha, que basa su retórica en la represión y el odio al diferente. Mientras, el poder político/mediático intenta ridiculizarla por su revolución del amor.

En una eventual segunda vuelta, Jara deberá manifestar abiertamente el peligro de la ultraderecha apelando a las emociones que despierta la llegada al poder de un pinochetismo con esteroides, legitimado por el voto popular democrático.

El poder saca cuentas alegres de los sondeos de opinión que muestran a la derecha triunfal en segunda vuelta. Sin embargo, debieran de meditar sobre las propias palabras de Dmitri Medvedev en respuesta a Trump al mencionar “la mano muerta”, y considerar que el triunfo de la ultraderecha no garantiza la paz social.