Columna de Ignacio Figueroa: “Es la política, estúpido”

Las personas con menor grado de educación son más propensas a caer en el juego de la ultraderecha. Imaginan que sus esperanzas estarán colmadas en quienes ofrecen mano dura y autoritarismo para aniquilar la delincuencia.

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Por Ignacio Figueroa
Actualizado el 30 de agosto de 2025 - 5:25 pm

Se llenan las pantallas de los noticiarios, las páginas en papel o digitales de informaciones sobre seguridad ciudadana.. Foto: ARCHIVO

Los tratamientos informativos de los medios presentan las noticias fragmentadas. Nos muestran la realidad por retazos donde actos criminales, economía, medio ambiente, deporte, cultura o lo internacional parecieran correr por carriles propios. Solamente para las campañas electorales muestran a los ciudadanos que todo el acontecer humano en sociedad depende de la política.

Vivimos en un mundo donde existe un exceso de información. Los medios digitales, los tradicionales y las redes sociales suelen saturar de noticias a las personas. Y muchas son informaciones falsas o tendenciosas.

Sin embargo, la esencia del fenómeno es la de un exceso de datos, la mayoría de ellos intrascendentes, creando una sensación de insatisfacción del público que presiente que son manipulados o desinformados a propósito.

En la construcción de la agenda, los medios corporativos arman sus parrillas noticiosas siguiendo pautas editoriales que tienen explícitos o implícitos fines políticos. De esta forma, se llenan las pantallas de los noticiarios de televisión, las páginas en papel o digitales de informaciones sobre seguridad ciudadana. Así crean climas de opinión favorables a grupos específicos de poder dentro de la sociedad.

Evasores de noticias

La repetición hasta el hartazgo de estas conductas crea al menos dos estados emocionales en los receptores de la información. Por un lado, pueden sentirse abrumados frente a la falta de seguridad, llenos de temor al pensar que cualquiera puede ser blanco de la delincuencia. Y por otro, pueden crear consciente o inconscientemente mecanismos para no exponerse a esta instrumentalización mediática.

El Instituto Reuters sigue con interés el fenómeno descrito. Acuñó el término “evitadores de noticias”, estableciendo las motivaciones por lo que las personas no consumen información periodística.

“Existe un grupo de personas que dice que se trata de las noticias en sí mismas, y aquí es una combinación de factores que incluyen desde el hecho de que las noticias pueden ser estresantes hasta la frustración con el sensacionalismo y la sensación de que lo que se cubre en las noticias es irrelevante para las cosas que les importan. Algunas audiencias conservadoras sienten que las noticias no son confiables. No confían en que los periodistas sean imparciales” (Benjamin Toff, experto en el fenómeno de la evasión de noticias).

Boric, culpable

La ruptura de los ejes temáticos informativos en líneas separadas entre lo político y otras realidades sociales, permite que candidatos que se presentan como apolíticos o no participantes de la elite de los partidos, puedan tener éxito electoral. Ahí están los casos de Donald Trump, Nayib Bukele, Javier Milei o José Antonio Kast.

La habilidad de estos personajes estriba en comprender y aprovechar el fenómeno del desencanto ciudadano con la democracia liberal y su crisis de representación, tanto como el fracaso de las ilusiones de los ciudadanos de que los políticos puedan satisfacer sus expectativas. Además, comprenden cómo el escenario mediático les favorece, ya sea por su tendencia ideológica o por su influencia.

Se hacen fuertes en la utilización de las redes sociales, donde se borra la separación entre realidad y fantasía. Es más, las redes sociales estimulan la crítica sin evidencia o la emoción fácil. De esta manera es cada vez más recurrente que las personas piensen que lo que Chile necesita es un personaje del tipo Bukele. De paso, culpan de todo lo malo a Gabriel Boric.

Las personas con menor grado de educación son más propensas a caer en el juego de la ultraderecha, ya sea a través de los medios masivos o de las redes sociales, imaginando que sus esperanzas estarán colmadas en quienes ofrecen mano dura y autoritarismo para aniquilar la delincuencia o el crimen organizado.

Mientras que las personas de mayor educación e ingresos ven en la ultraderecha la posibilidad de mantener sus privilegios.

Lucha de clases

Por ejemplo, podemos percibir cómo Trump utiliza el miedo de la población hacia las mafias de narcotraficantes para cercar a Venezuela. Y pasa a un nivel superior de injerencia al enviar a una fuerza militar para amenazar al gobierno chavista. Crea una situación nueva: se aúnan la guerra contra las drogas de Reagan con la guerra contra el terrorismo de George Bush.

La guerra contra las drogas o el terrorismo son una entelequia que bajo objetivos políticos o geopolíticos utilizan el temor de los ciudadanos para posicionar una estrategia de dominio, escenarios de crisis que la propia elite creó.

Aparte, las ultraderechas en todo el mundo hablan hipócritamente de reducir el Estado. Por una parte saben que un Estado débil permite que el capital reine sin contrapeso en la ley del que más tiene más puede. Y por la otra, se sirven del Estado como una forma álgida de la lucha de clases.

“Es la economía, estúpido”

No tienen escrúpulos para usar al Estado como Trump para hacer sus negocios o traspasar la riqueza desde los ciudadanos a las corporaciones. Como Bukele para eternizarse en el poder. O Milei, para hacerse con un patrimonio cuando basa toda su retórica contra la “casta kirchnerista corrupta”. Tal como Kast, presentando como candidatos a diputados a su hijo, hermano y sobrina.

Carl Von Clausewitz, teórico prusiano de la ciencia militar, acuñó una frase que se repite hasta convertirse en un cliché. “La guerra es la simple continuación de la política por otros medios”, advirtió. En el mundo de hoy, no hay nunca que olvidar que la política es la base de toda acción humana en sociedad.

En Estados Unidos, durante la campaña de 1992 entre Bill Clinton y George Bush padre, la del primero se basó en el eslogan “es la economía, estúpido”. Así daba a entender que la situación económica era el factor decisivo para ganar.

Ante el escenario de quienes se presentan como apolíticos o reniegan de esta, podemos parafrasear para decir “es la política, estúpido”.