Columna de Sebastián Gómez Matus: Baudelaire y la modernidad
Se cumplen 204 años del nacimiento del poeta francés por antonomasia, Charles Baudelaire, autor de “Las flores del ma”l y del “Spleen de París”, entre otros títulos célebres.

“Le bastaron 20 poemas para ser inmortal”, dijo en una entrevista Marguerite Duras, la gran escritora francesa, a quien siempre es conveniente volver. Por supuesto, el aludido es Charles Baudelaire, que escribió más de 20 poemas memorables, pero no deja de tener razón. Son pocos los poetas que con un puñado de poemas trascienden su contexto y ponen al tiempo de su lado. Baudelaire fue un gran poeta en un siglo donde la poesía francesa dio lo mejor de sí, incluyendo a Mallarmé y Rimbaud.
La inmortalidad de Baudelaire está estrechamente vinculada con el malditismo atribuido a su obra y a la pléyade de poetas que se suelen meter bajo el mismo mote, aunque sean drásticamente diferentes, no es menos cierto que son complementarios, al menos en la experiencia lectora de alguien que busca en la poesía superar el spleen.
Charles Baudelaire, nacido el día 9 “del mes más crudo” el año 1821, en París, la antigua Lutecia. Hijo pródigo de la Ciudad Luz, vivió una vida más que oscura, oscurantista, aunque plétora de los destellos propios del exceso.
Ya en edad madura, Baudelaire escribía como quien habla directamente con el universo en sueños o despierto, lo mismo daba. Los más grandes pensadores y filósofos del siglo veinte le dedicaron sendos libros (memorable es el archicitado libro de Benjamin, y aún mejor es el de Calasso, “La folie Baudelaire”, donde queda mejor delineado lo que el alemán intentó proponer).
Con Baudelaire nace la modernidad, ese proyecto histórico inacabado a decir de Habermas, y tal vez muera en un sueño al cual el escritor italiano dedicó un capítulo completo.
“Las flores del mal” y “Mi corazón al desnudo”
Conocido sobre todo por “Las flores del mal”, publicado en 1857, con un tiraje de 1.300 ejemplares, se dice que en un principio hubo dos títulos tentativos: “Los limbos” y “Las lesbianas”, pero que el consejo oportuno de un amigo le hizo cambiar de parecer. El libro reúne casi la totalidad de los poemas escritos por Baudelaire desde 1840 en adelante y a nivel mundial es un clásico indispensable para quien quiera iniciarse en el oscuro arte de la poesía que, al centro, brilla.
También es célebre la dedicatoria a Théophile Gautier, el escritor romántico, admirado profundamente por el autor de “Mi corazón al desnudo”, que, dicho sea de paso, seguramente es uno de sus mejores libros.
Allí podemos leer la siguiente cuña: “Las naciones sólo tienen grandes hombres a pesar de sí mismas, como las familias. Hacen todos los esfuerzos posibles para no tenerlos. Así, el gran hombre, para existir, debe poseer una fuerza de ataque más grande que la fuerza de resistencia desarrollada por millones de individuos”. Parece referirse a él mismo y en particular a la tensa relación que mantuvo con su madre desde que ella contrajera segundas nupcias con el general Aupick, un bruto consumado.
“Mon coeur mis à un” es un libro que todo poeta desearía escribir, un libro de notas, planes de escritura, títulos, ideas (cohetes, en su terminología) y parrafadas de una calidad extrema, liberada de la restricción que a veces supone la forma.
Rey de los poetas
Detrás del título elegido por el poeta francés está la devoción que sentía por Poe, a quien tradujo e introdujo en Francia, siguiendo un párrafo de su “Marginalia”, modelo del libro que referimos, de donde sacó incluso el título.
Si bien es un libro menos conocido que “Las flores del mal”, la invitación en este aniversario doscientos cuatro del nacimiento del más grande poeta francés es leer “Mi corazón al desnudo”, en impecable traducción de Alan Pauls.
El legado de Baudelaire está no sólo vivo, sino que pareciera que vivimos dentro de alguna de sus pesadillas pasadas de opio o hachís.
Todos los grandes escritores recurren a él cuando quieren encontrar la llave del mundo en frases como “el mundo sólo funciona por el malentendido”. César Aira, por ejemplo, no se cansa de repetir esta frase baudelaireana. El propio Rimbaud lo definió como “el rey de los poetas, verdadero dios”.
Por último, que el texto lo cierre el gran poeta: “Ser un hombre útil siempre me pareció muy repugnante”.