Muere Alice Notley: la mejor poeta del mundo

La noticia la recibí por correo de parte del poeta Carlos Soto Román, amigo de los hijos de la poeta, que ha muerto en París.

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Por Sebastián Gómez Matus
Actualizado el 26 de mayo de 2025 - 12:01 am

Nacida en Bisbee, Arizona, el 8 de noviembre de 1945, Alice Notley falleció a los 80 años / Foto: ARCHIVO

Alice Notley, la mejor poeta del mundo, ha dejado la tierra. El martes 20 pasado fue la fecha de su muerte, en París, por complicaciones médicas tras una operación de rodilla en enero. Al parecer, no ha habido ningún comunicado oficial de la familia todavía, pero varias de las instituciones ligadas a la poesía en Estados Unidos han hecho público el triste deceso. Por supuesto, en redes sociales ha habido muchos homenajes y posteos con poemas de la poeta que escribió la épica femenina “El descenso de Alette”.

Los medios estadounidenses han consignado su muerte con elogios que corresponden a la magnitud de su obra. Es difícil comenzar a hablar de ella, cuando recién ha muerto y se trata de evitar cualquier definición, a pesar del título de esta nota.

No tengo ninguna duda de que Alice Notley, entre muchas y muchos grandes poetas de actualidad, se erigía por sobre los demás como una suerte de espíritu superior, tanto por lo que le hizo al lenguaje como por lo que le entregó a la tribu, a su tribu, una de las sociedades más complejas del orbe: la estadounidense.

Al revisar la extensión de su obra, el primer libro que viene a la cabeza es “El descenso de Alette”, donde logró escribir una épica que adjetivó como femenina, justamente porque ese tipo de poema que, a decir, de Borges, sería la forma definitiva de la poesía: el poema heroico. La gran diferencia histórica y literaria es que ese poema sólo existía como una forma practicada por los poetas hombres.

Notley, “nuestra Homero del presente”, como la llamó el artista Rudy Burckhardt, se dio cuenta de esta inmensa ausencia y supo colmar ese vacío como ninguna otra poeta pudo. Lejos de leer poesía pensando en hombres y mujeres, si revisamos sólo el siglo XX, las poetas mujeres han desplegado una fuerza descomunal en términos artísticos. Pienso en dos nombres dentro de la tradición estadounidense: Laura Riding y H.D. Esta última rozó la épica, pero nunca escribió un poema épico como tal.

No he podido dejar de pensar en que Notley ha muerto. Es cierto que todas las personas mueren, también los y las poetas, vaya que mueren, pero el hecho de que haya muerto particularmente es como si el espíritu de la poesía hubiese levado anclas de la tierra. Sin ser injusto con las demás personas que escriben poesía en este momento, Alice Notley era una poeta única, cuya “poética de la desobediencia” podría ser mucho más considerada en el fundamentalismo seudo intelectual en que ha caído la literatura. Es cierto que la literatura y sobre todo la poesía no decaen, pero no es menos cierto de que las cosas están, cuando menos, amenazadas por una lógica invasiva y extractivista.

La portada de «El descenso de Alette» / Foto: ARCHIVO

Una épica femenina

En su libro de ensayos “Coming after”, explica lo que intentó hacer con el único libro que ha sido traducido al castellano, mencionado más arriba. Pero también explora la tradición de la poesía escrita por mujeres y articula lo que sería una de sus principales aproximaciones a la escritura de la poesía: la voz.

“La poesía es vocal”, comienza el ensayo. Esa voz, la voz de Alice Notley, es la voz del Espíritu, eso que el excelente filósofo y crítico literario japonés Kojin Karatani definió como: “Una voluntad que se exterioriza y una posición que anula toda posición”. No es que Notley anule a los demás, nada más lejos de sus intenciones, pero sirve para expresar la magnitud y la fuerza de su ser y su paso por la tierra. Es como si hubiese quedado un cráter de meteorito con su partida. Al menos, increíble nuestra suerte y nuestra responsabilidad, tenemos su obra, que seguramente comenzará a ser tomada en cuenta como corresponde.

Durante toda su trayectoria como poeta, Alice Notley fue innovando formalmente, como una artista propiamente tal, sin adjetivos. Una poeta. Hasta el último libro que publicó, “The Angel Speak Series”, que visto hoy es claramente un testamento, la radicalidad formal es extrema. La vitalidad de su trabajo y la relevancia que tiene para pensar la poesía y el mundo actuales no puede ser eludida. Es momento de leer a Alice Notley, siempre es momento de leerla. Fue una de esas poetas que no escatima en su entrega, pero también es justo señalar que su experiencia de vida, lo fuerte y difícil que fue, contribuyó a robustecer este espíritu que en un poema se definía como “un corazón endurecido”.

En una de las últimas entrevistas que dio, el año pasado para The Paris Review, cuando le preguntaron de dónde creía que vienen los grandes poemas, respondió lo siguiente: “Yo creo que la… respuesta tiene que ver con el sufrimiento, y cómo percibes las cosas después del sufrimiento. Te puedes quedar congelada, pero si no, otros mundos se te abren. Yo comencé escuchando a los muertos, por ejemplo. Y sentí que, porque tenía un conocimiento nuevo, tenía algo para darle a la gente, tenía cosas que decir que podrían ayudarles a sentirse mejor”.

El sufrimiento extremo por la pérdida de seres queridos, la falta de reconocimiento como poeta en tanto mujer, la pobreza, fueron determinantes de su experiencia y de su poesía.

Como escribió en uno de mis libritos favoritos de su obra, “Mysteries of Small Houses”, aunque realmente todos lo son, “haz que las palabras cambien/ para que puedas verlas”. Hay que poner al lenguaje de nuestra parte, pero seguir cambiándolo constantemente, no como una rúbrica o un modo de posicionamiento o de inclusión falaz. No hay que hablar la lengua del enemigo, ni en sus plataformas ni en sus siempre renovadas tentativas divisorias. Hay que encontrar una lengua propia que pueda ayudar a que el otro articule su propia forma de referir su experiencia y el mundo. Quizá eso sea la poesía.

En Alice Notley siempre podemos encontrar la poesía en su mejor forma, sin definición y de manera siempre expansiva, como una exteriorización del espíritu que coincide con el universo.