Columna de ReneX: Cuando el apellido trae errores del sistema

Patricio Cooper pertenece a la misma familia. Nieto de Wilfred Cooper Mackay, es parte del mismo linaje que ha estado presente en momentos clave -y muchas veces polémicos- de la historia nacional…

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Por El Ágora
Actualizado el 18 de mayo de 2025 - 12:00 pm

La última vez que Alan Leslie Cooper hizo noticia: en 2015 recibió un golpe de chueca tras impedir que mapuches instalaran un altar sagrado en un fundo. Él falleció en 2021. Foto: ARCHIVO

El otro Alan… Lo que se hereda, no se hurta.

Cuando vi en las noticias que el renombrado fiscal a cargo del caso ProCultura se apellidaba Cooper, algo en mi memoria hizo clic. “Alan Cooper”, recordé. ¿No era ese el legendario desarrollador del Visual Basic de Microsoft? ¿El mismo que ayudó a cambiar para siempre la interacción entre humanos y máquinas?

Lamentablemente, no era ese Cooper.

En Chile, el apellido Cooper carga con otro tipo de herencia: una que no tiene que ver con innovación digital, sino con conspiraciones militares, tragedias familiares y declaraciones incendiarias.

El otro Alan

Alan Leslie Cooper, el nombre que reaparece ahora por asociación, no fue creador de software. Pero sí cómplice condenado en uno de los capítulos más oscuros de nuestra historia reciente: el asesinato del general René Schneider, en 1970.

Alan Cooper fue un latifundista vinculado a la ultraderecha, partícipe del entramado que buscaba impedir la llegada de Salvador Allende al poder. Condenado por la justicia chilena, protegido luego por la dictadura a través de la Ley de Amnistía, Alan se mantuvo por décadas como un símbolo del poder rural, conservador y armado.

Su vida, sin embargo, no estuvo exenta de tragedias personales: su hija, Francisca Cooper, desapareció en el tsunami del sudeste asiático en 2004. Años más tarde, su prima, Vivianne Mackay, murió calcinada junto a su esposo Werner Luchsinger en el lamentable y fatídico ataque al fundo en Vilcún. La respuesta de Alan fue brutalmente clara: amenazó públicamente con “balear” a cualquier mapuche que se acercara a sus tierras.

La ex atleta

Otra Cooper, Leslie, atleta en la década de los ’70, es directora del Comité Olímpico de Chile. Y se hizo conocida para muchos por el uso de su influencia y de su poder para que Berdine Castillo, atleta de origen haitiano, fuera sacada del equipo de la posta de 4×400 en los Panamericanos de Santiago. Curiosamente, en su lugar corrió Fernanda Mackenna, cuyos registros eran inferiores, y que es hija de Leslie Cooper.

Para más señas, entre 1985 y 1986, ella fue directora de la Dirección Nacional de Comunicación Social (Dinacos), organismo creado por la dictadura de Pinochet para censurar a los medios de comunicación. Un dato no menor: Leslie es hermana de Alan Cooper.

¿Y qué tiene que ver esto con el fiscal Patricio Cooper?

Más de lo que parece. Patricio pertenece a la misma familia. Nieto de Wilfred Cooper Mackay, es parte del mismo linaje que ha estado presente en momentos clave -y muchas veces polémicos- de la historia nacional. No se trata de culpas heredadas ni de culpar a nadie por sus apellidos, pero en Chile las élites no sólo heredan tierras: también capital simbólico, redes de poder e ideología.

¿Cuánto pesan los apellidos?

En tiempos en que el Ministerio Público vive un proceso de cuestionamiento profundo, y en que la imparcialidad de sus actores está bajo la lupa, el apellido Cooper no pasa inadvertido. El propio fiscal Cooper es criticado por decisiones que tocaron fibras sensibles del poder político, incluyendo la solicitud para intervenir comunicaciones del Presidente Boric.

¿Podemos separar al fiscal Cooper del pasado de su familia? Tal vez. Pero tampoco podemos ignorar que ese apellido, en la historia chilena, no es inocente. Es sinónimo de una forma de hacer política desde las sombras, con sotana, fusil o decretos.

Mientras el caso ProCultura sigue su curso, y mientras se discute la autonomía del Ministerio Público, no está de más preguntarse: ¿Cuánto pesan los apellidos? ¿Cuánto de nuestro pasado no resuelto sigue ejecutándose en segundo plano, como un viejo archivo corrompido en el sistema?

Y, sobre todo: ¿Cuántas veces más tendremos que volver a “Alan Cooper”, no el de Microsoft, sino el otro, el nuestro, para entender que la historia (cuando no se repara), se repite?